EL 85 | Reactivar el motor franco-alemán
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Tras años de estancamiento, el motor franco-alemán podría finalmente dar un nuevo impulso al proceso de integración europea. La elección de Friedrich Merz como canciller y el liderazgo de Emmanuel Macron durante los próximos dos años abren una valiosa ventana política para que la Unión avance en ambiciosos proyectos de soberanía compartida. En un contexto marcado por la retirada de Estados Unidos, las amenazas autoritarias externas y la creciente presión de los nacionalismos internos, es indispensable una respuesta común.
Superar juntos retos cruciales como la seguridad, la defensa, la autonomía estratégica y la competitividad es decisivo no solo para el futuro de Europa, sino también para la estabilidad interna de Francia y Alemania, hoy amenazada por la crisis industrial, las desigualdades territoriales y, sobre todo, el auge de la derecha radical. Solo reforzando Europa podrán París y Berlín reforzarse a sí mismas. Esta es la encrucijada: relanzar una Unión más soberana y cohesionada o sufrir la erosión de vuestra propia estabilidad política, económica y democrática.

Con la elección de Friedrich Merz como canciller y la confirmación del liderazgo de Emmanuel Macron para los próximos dos años, Alemania y Francia parecen finalmente dispuestas, tras una larga pausa, a relanzar el proceso de integración europea. En un contexto marcado por la progresiva retirada de Estados Unidos y la creciente amenaza que representa Rusia, los dos principales países europeos se postulan para liderar la Unión en un momento extremadamente peligroso en el que la seguridad y el futuro de la democracia en el viejo continente se ven seriamente amenazados por enemigos internos y externos.
Tras su victoria electoral en febrero, Merz ha roto varios tabúes de la opinión pública alemana: con una reforma constitucional compartida con el SPD y los Verdes, ha logrado superar el freno al endeudamiento para invertir, incluso con déficit, en el ejército y las infraestructuras, y ha relanzado la urgencia de una autonomía estratégica europea, desvinculada de la protección estadounidense. Además, ha reabierto el debate, ya iniciado por Macron, sobre la extensión del paraguas nuclear francés a Alemania y a la UE, en caso de que la credibilidad de la disuasión estadounidense se vea mermada. Estas ideas, que antes se consideraban radicales, cuentan hoy con un consenso cada vez mayor también entre otros países europeos, incluidos los bálticos, los escandinavos y Polonia. Estas posturas llegan en un momento en que la situación política y económica de Alemania es especialmente frágil: la caída de la producción industrial y el aumento del desempleo están erosionando la confianza de los ciudadanos, especialmente en la antigua Alemania Oriental, donde las desigualdades siguen siendo marcadas.
En este clima continúa el ascenso de la Alternativa para Alemania (AfD), un partido populista y nacionalista que ya quedó segundo en las elecciones y ahora lidera las encuestas. Su éxito señala una profunda crisis de los partidos tradicionales. El apoyo de figuras como Elon Musk y miembros de la administración Trump aumenta su visibilidad internacional, lo que ha despertado la alarma de los servicios secretos alemanes, que lo han calificado de amenaza para la democracia e incompatible con los valores constitucionales.

Francia, por su parte, también atraviesa una fase nada estable. El primer ministro François Bayrou se sostiene gracias a un precario equilibrio entre la izquierda, el centro y la extrema derecha. A pesar de una reciente condena por uso ilícito de fondos europeos, Marine Le Pen y su partido siguen siendo los favoritos para las elecciones presidenciales de 2027. Emmanuel Macron, al acercarse al final de su último mandato, intenta relanzar el papel de Francia en Europa, apostando por temas como la digitalización de la economía y la creación de una defensa europea independiente de la estadounidense.
Fue él quien propuso una «coalición de voluntarios» para garantizar la estabilidad en Ucrania en caso de tregua, con el despliegue de tropas francesas y británicas sobre el terreno. Aunque la iniciativa se perfila en un marco meramente intergubernamental, podría ser útil para el desarrollo de una defensa común, ya que manifiesta la voluntad de algunos países europeos de seguir luchando por la resistencia de Kiev independientemente de las decisiones de Estados Unidos. Evidentemente, los riesgos y oportunidades que esperan a los Gobiernos francés y alemán están estrechamente ligados a la dirección que tome el proceso de integración europea.
Hacer frente a la competencia de los grandes gigantes industriales y tecnológicos estadounidenses y chinos, afrontar la guerra arancelaria, construir una fuerza disuasoria creíble contra posibles ataques rusos: son retos que ningún Estado miembro, ni siquiera Francia y Alemania, puede afrontar en solitario. Sin embargo, estos esfuerzos son indispensables para dar respuestas concretas y eficaces a las demandas de los ciudadanos europeos, contener la arrogancia de las potencias neoimperiales en la escena internacional y desactivar la retórica populista de las fuerzas soberanistas y antidemocráticas. En esta perspectiva, es fundamental que París y Berlín desarrollen una plena sintonía en torno a algunas propuestas estratégicas destinadas a relanzar de forma ambiciosa el proceso de integración europea.

A corto plazo, ambos gobiernos deberían promover iniciativas concretas para reforzar la integración de la defensa europea. Ya se está dialogando sobre el aumento de los fondos europeos para la defensa, que podría financiarse mediante emisiones masivas de deuda común. Ambos gobiernos se han mostrado favorables a la introducción de la votación por mayoría cualificada en el Consejo para las cuestiones de política exterior, con el objetivo de que la acción exterior de la Unión sea más eficaz y coherente.
Otro tema que ha surgido en el diálogo en curso entre París y Berlín es la reforma de la doctrina nuclear francesa, con la intención de ampliar su alcance también a Alemania y, potencialmente, a toda la Unión Europea. Los Tratados de la UE actuales ya permitirían adoptar algunas de estas medidas mediante decisiones por unanimidad en el Consejo o en el Consejo Europeo. Sin embargo, si, como es probable, uno o varios Estados miembros se opusieran, Francia y Alemania deberían considerar la posibilidad de superar el requisito de la unanimidad, proponiendo una nueva activación de la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) en virtud del artículo 46 del TUE. Esta iniciativa permitiría a un grupo de Estados miembros dispuestos y capaces de avanzar hacia la construcción de una defensa europea autónoma, eventualmente respaldada por mecanismos intergubernamentales ad hoc abiertos exclusivamente a los países que deseen participar en ellos.
Si bien el reparto de recursos y la convergencia de las prioridades en materia de política exterior deben llevarse a cabo lo antes posible, es fundamental que París y Berlín promuevan también una revisión en profundidad de los Tratados de la UE. En este sentido, es significativo que el presidente Macron haya reiterado en varias ocasiones su apoyo a una reforma institucional de la Unión, habiendo sido el principal promotor de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, y que el propio Gobierno de Merz haya expresado en su programa un claro compromiso con la modificación de los Tratados y el refuerzo de las instituciones de la UE.

Esta iniciativa debería partir del proyecto de reforma aprobado por el Parlamento Europeo en noviembre de 2023, basado en los resultados de la Conferencia sobre el Futuro de Europa.
Entre las principales propuestas que deberían incluirse en la reforma, tendrían prioridad:
- la extensión de la votación por mayoría cualificada a todas las políticas comunes, en particular en los ámbitos de la política exterior y de defensa;
- la introducción de una capacidad fiscal europea y de un presupuesto común financiado con recursos propios decididos mediante el procedimiento legislativo ordinario;
- el refuerzo del papel del Parlamento Europeo y de la Comisión como instituciones representativas y supranacionales.
Es fundamental que el nuevo Tratado pueda entrar en vigor entre los países que lo ratifiquen, incluso sin unanimidad, según un modelo de integración a varias velocidades. Esto garantizaría una mayor flexibilidad y permitiría a los países más ambiciosos avanzar sin quedar rehenos de los vetos nacionales individuales.
En definitiva, se abre una rara ventana de oportunidad política: si los gobiernos de París y Berlín logran consolidar su convergencia estratégica, podrán dar un giro histórico al proyecto europeo, sentando las bases para una Unión más supra

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